Mujeres - textos
Oct 20, 2022Fragmento Un cuarto propio, Virginia Woolf
"Así, me dije, cerrando la vida de Mr. Oscar Browning, y apartando el resto, es harto evidente que aun en el siglo XIX la mujer carecía de todo estímulo si quería ser artista. Al contrario, la desairaban, le pegaban, la sermoneaban y la exhortaban. La necesidad de hacer frente a esto y de refutar aquello, tiene que haber torcido su mente y disminuido su vitalidad. Porque otra vez estamos dentro de aquel complejo masculino tan interesante y oscuro que ha influido tanto en el movimiento de la mujer: ese arraigado deseo, no de que ella sea inferior sino de que él sea superior, que lo sitúa no sólo a la cabeza de las artes, pero también cerrando el camino a la política, aun cuando el riesgo parezca mínimo y la postulante humilde y leal. Hasta Lady Bessborough, recuerdo, con toda su pasión por la política, tuvo que doblegarse humildemente y escribir a Lord Granville Leveson-Gower: «… a pesar de toda mi violencia política y lo mucho que he hablado sobre ese tema, convengo con usted que ninguna mujer debe entrometerse en ese u otro asunto serio, salvo para dar su opinión (si se la piden)». Y luego emplea su entusiasmo en un tema sin riesgo, en aquel tema infinitamente importante: el primer discurso de Lord Granville en la Cámara de los Comunes. Por cierto, el espectáculo es muy extraño, pensé. La historia de la opinión de los hombres a la emancipación de las mujeres es quizá más interesante que la historia misma de esa emancipación.
Podría ser objeto de un libro divertido si alguna joven estudiante de Girton o de Newnham acumulara ejemplos y dedujera una teoría —pero precisaría guantes gruesos en las manos y barras de oro macizo para protegerla—.
Pero lo divertido ahora, recordé, cerrando a Lady Bessborough, tuvo que ser desesperadamente en serio algún día. Opiniones que uno pega en un libro rotulado Cocorocó y que uno guarda para leer a auditorios selectos, alguna vez arrancaron lágrimas, les aseguro.
Entre sus abuelas y bisabuelas hubo muchísimas que lloraron a mares. Florencia Nightingale gritó fuerte en su agonía. Además a ustedes, que han ingresado en la Universidad, y gozan de saloncitos —¿o quizá únicamente dormitorios?— les es muy fácil resolver que el genio debe despreciar tales opiniones; que el genio debe estar muy por encima de lo que digan de él. Por desgracia, son precisamente los hombres y las mujeres de genio los que más se preocupan de lo que se dice de ellos. Piensen en Keats. Piensen en las palabras que hizo grabar en su lápida. Piensen en Tennyson. Piensen —pero no preciso multiplicar ejemplos del hecho indiscutible aunque lamentable—, de que es muy propio del artista preocuparse en exceso de lo que digan de él. La literatura está abarrotada de ruinas de nombres que se han preocupado más allá de lo razonable de las opiniones ajenas."
Fragmento La ciudad de las damas, Christine de Pizan
"Si fuera costumbre mandar a las niñas a la escuelas e hiciéranles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual que ellos... pues... aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos hábil para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican.
Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro."
Fragmento El cuento de la criada, Margaret Atwood
"En el estado de Gilead las criadas forman un estrato social pensado para conservar la especie. Las mujeres fértiles que integran esta clase, y que destacan por el hábito rojo con que se cubren hasta las manos, desempeñan una función esencial: dar a luz a los futuros ciudadanos de Gilead. Sin embargo, en un mundo antiutópico asolado por las guerras nucleares, gobernado por un código extremadamente severo y puritano, que castiga con la pena de muerte a quien se aparta del sistema y en el cual la mayoría de la población es estéril, engendrar no resulta fácil. Existe siempre el temor al fracaso y la amenaza de la confinación en la isla de seres inservibles más allá de las alambradas que rodean la ciudad y del alto muro donde cuelgan, para que sirva de ejemplo, los cadáveres de los disidentes."
Fragmento El segundo sexo, Simone de Beauvoir
"Sin duda, el marido o el amante se irritan ante las taras de la mujer singular con la cual viven; sin embargo, al ensalzar los encantos de la feminidad en general, la consideran inseparable de sus taras. Si la mujer no es pérfida, fútil, cobarde, indolente, pierde su seducción. En Casa de muñecas, Helmer explica hasta qué punto el hombre se siente justo, fuerte, comprensivo e indulgente cuando perdona a la débil mujer sus faltas pueriles. Así, a los maridos de Bernstein los enternece -con la complicidad del autor- la mujer ladrona, malvada, adúltera, al inclinarse sobre ella con indulgencia, miden toda su propia y viril sabiduría. Los racistas norteamericanos y los colonos franceses desean también que el negro se muestre vividor, holgazán y embustero: así demuestra su indignidad, así pone la justicia del lado de los opresores; si se obstina en ser honesto y leal, se le mira como a un mala cabeza. Los defectos de la mujer se exageran tanto más cuanto que ella no tratará de combatirlos, sino que, por el contrario, hará de ellos adorno.
Recusando los principios lógicos y los imperativos morales, escéptica ante las leyes de la Naturaleza, la mujer carece del sentido de lo universal; el mundo se le aparece como un confuso conjunto de casos singulares; por eso cree más fácilmente en los chismes de la vecina que en una exposición científica; sin duda, respeta el libro impreso, pero ese respeto resbala a lo largo de las páginas escritas sin prenderse en el contenido: por el contrario, la anécdota contada por un desconocido en una «cola» o en un salón adquiere inmediatamente una aplastante autoridad; en su dominio, todo es magia; fuera, todo es misterio; no conoce el criterio de lo verosímil; solamente la experiencia inmediata conquista su convicción: su propia experiencia o la de otro, siempre que la afirme con suficiente fuerza. En cuanto a ella, y puesto que, aislada en su hogar, no se confronta activamente con las otras mujeres, se considera espontáneamente como un caso singular; siempre espera que el destino y los hombres hagan una excepción en su favor; mucho más que en los razonamientos valederos para todos, ella cree en las iluminaciones que descienden sobre ella; admite fácilmente que le son enviadas por Dios o por algún oscuro espíritu del mundo; de algunas desgracias y accidentes, piensa con tranquilidad: «A mí no me ocurrirá eso»; a la inversa, se imagina que «harán una excepción conmigo»: tiene el gusto del favor especial; el comerciante le hará una rebaja, el agente la dejará pasar aunque no lleve pase; le han enseñado a sobreestimar el valor de su sonrisa y se ha olvidado decirle que todas las mujeres sonríen. No es que ella se considere más extraordinaria que su vecina: es que no se compara; por la misma razón, es raro que la experiencia le inflija un mentís: sufre un fracaso, otro, pero no los totaliza.
Por eso, las mujeres no logran construir sólidamente un «contrauniverso» desde el cual pudieran desafiar a los varones; esporádicamente, despotrican contra los hombres en general, se cuentan historias de alcoba y de partos, se comunican horóscopos y recetas de belleza. Mas, para construir verdaderamente ese «mundo del resentimiento» que su rencor desea, carecen de convicción; su actitud con respecto al hombre es demasiado ambivalente. En efecto, el hombre es un niño, un cuerpo contingente y vulnerable, es un ingenuo, un abejorro importuno, un tirano mezquino, un egoísta, un vanidoso; pero también es el héroe libertador, la divinidad que dispensa los valores. Su deseo es un apetito grosero; sus abrazos, una servidumbre degradante; sin embargo, el ardor y la potencia viril aparecen también como una energía demiúrgica. Cuando una mujer dice con éxtasis: «¡Es un hombre!», evoca a la vez el vigor sexual y la eficiencia social del varón al que admira: en uno y otra se expresa la misma soberanía creadora; no se imagina que sea un gran artista, un gran hombre de negocios, un general, un jefe, si no es un amante poderoso: sus triunfos sociales siempre tienen un atractivo sexual; inversamente, está dispuesta a reconocerle genio al varón que la satisface. Por lo demás, es un mito masculino el que ella toma aquí. Para Lawrence y para tantos otros, el falo es a la vez una energía viviente y la trascendencia humana. Así, la mujer puede ver en los placeres del lecho una comunión con el espíritu del mundo."
Fragmento Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie
"Y si a los chicos y a las chicas no les enseñáramos a vincular masculinidad y dinero? ¿Y si su actitud no fuera <<debe pagar el chico>>, sino más bien <<que pague quien más tenga>>? Por supuesto, gracias a su ventaja histórica, hoy en día casi siempre es el hombre el que tiene más. Pero si empezamos a criar de otra manera a nuestros hijos e hijas, dentro de cincuenta o de cien años los chicos dejarán de sentirse presionados para demostrar su masculinidad por medios materiales.
Pero lo peor que les hacemos a los niños, con diferencia -a base de hacerles sentir que tienen que ser duros-, es dejarlos con unos egos muy frágiles. Cuanto más duro se siente obligado a ser un hombre, más debilitado queda su ego.
Y luego les hacemos un favor todavía más flaco a las niñas, porque las criamos para que estén al servicio de esos frágiles egos masculinos.
A las niñas les enseñamos a encogerse, a hacerse más pequeñas.
A las niñas les decimos: Puedes tener ambición, pero no demasiada. Debes intentar tener éxito, pero no demasiado, porque entonces estarás amenazando a los hombres. Si tú eres el sostén económico en tu relación con un hombre, finge que no lo eres, sobre todo en público, porque si no lo estarás castrando."